En un giro que evoca tiempos de guerras comerciales olvidadas, Estados Unidos resucita una estrategia proteccionista con implicancias globales. En su retorno al centro de la escena política, Donald Trump lanza una ofensiva sin precedentes: un sistema de aranceles recíprocos que promete castigar a los países con los que su nación mantiene déficits comerciales sostenidos.
Anunciada en un evento simbólicamente denominado “Día de la Liberación”, la medida propone aplicar un arancel fijo del 10 % a casi todas las importaciones, sumado a un cargo adicional que se calcula en función del déficit bilateral y los aranceles que cada país impone a los productos estadounidenses. Es un golpe directo al corazón del comercio internacional tal como lo conocemos.
Un esquema diseñado para castigar desequilibrios comerciales
La fórmula que impulsa esta política es tan agresiva como innovadora. A la tarifa base del 10 %, se suma un segundo arancel que busca reflejar el grado de “injusticia comercial” según los criterios de la Casa Blanca. Para calcularlo, se pondera el déficit comercial relativo que tiene EE. UU. con cada país, combinado con el nivel de arancel promedio que ese mismo país aplica a las exportaciones estadounidenses.
El resultado: aranceles totales que podrían llegar a superar el 90 % en algunos casos. Vietnam, con un déficit comercial del 91 %, encabeza la lista negra, seguido por India (68 %), China (67 %), Italia (61 %), Alemania (59 %) y México (57 %). Más de treinta países verán afectados sus envíos al mercado más grande del mundo.

Un mensaje político con destino electoral
Más allá de sus fundamentos económicos, la medida está cargada de contenido político. Trump enmarca esta jugada dentro de una narrativa nacionalista: proteger el empleo, revitalizar la industria, reducir la dependencia extranjera. “Durante décadas, nuestros líderes permitieron que otros países se aprovecharan de nosotros”, proclamó en su discurso.
La iniciativa no solo revive tensiones comerciales, sino que refuerza el perfil de Trump como líder dispuesto a romper las reglas del consenso económico global. En un año electoral, esta retórica encuentra eco en los sectores más golpeados por la desindustrialización.
Mercados en alerta y bancos que encienden las alarmas
La respuesta de los mercados financieros no se hizo esperar. Las acciones tecnológicas y manufactureras sufrieron caídas abruptas, mientras los sectores energético y financiero vieron desplomes de hasta 10 %. El nerviosismo se apoderó de Wall Street, y las advertencias comenzaron a acumularse.
Bancos como J.P. Morgan, Goldman Sachs, UBS y Citigroup coincidieron en que el nuevo esquema arancelario representa un riesgo directo para el crecimiento económico global, al tiempo que podría presionar al alza los precios internos en Estados Unidos. Se estima que el consumo podría contraerse, la inversión disminuir y la Reserva Federal verse obligada a recalibrar su política monetaria.
En Europa, el Bundesbank alemán fue tajante: esta medida podría ser el detonante de una recesión técnica en Alemania, con efecto dominó sobre toda la zona euro.
Una jugada de alto riesgo con fines negociadores
Pese a la dureza del anuncio, algunos analistas sugieren que los nuevos aranceles podrían tener un uso estratégico más que recaudatorio. Funcionarios cercanos a Trump han deslizado que la Casa Blanca estaría dispuesta a levantar los aranceles si los países afectados revisan sus propios impuestos a las importaciones estadounidenses o se comprometen a incrementar sus compras desde EE. UU.
En ese sentido, la política arancelaria se convierte en una moneda de cambio para reequilibrar tratados bilaterales, recuperar terreno perdido en manufactura y atraer capital hacia sectores industriales estratégicos.

Una estrategia que pone a prueba el orden económico mundial
Lo que está en juego no es solo una cifra en la balanza comercial. Es el modelo de globalización construido durante las últimas décadas, basado en la apertura de mercados, la libre circulación de bienes y la cooperación multilateral. La nueva política arancelaria de EE. UU. reinstala el proteccionismo como herramienta de Estado, con un mensaje claro: cada país debe velar primero por sus propios intereses.
A medida que se acercan las elecciones presidenciales, este movimiento podría convertirse en una plataforma electoral poderosa, o en un boomerang económico con consecuencias globales. Lo cierto es que las reglas del comercio internacional ya no volverán a ser las mismas.