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Israel, el átomo invisible: ¿Por qué el mundo evita cuestionar su poder nuclear?

Mientras Irán sigue bajo la lupa internacional, el caso israelí permanece en la penumbra. Una ambigüedad estratégica que inquieta y, al mismo tiempo, beneficia.

Un silencio más elocuente que mil palabras

En el vasto tablero geopolítico del siglo XXI, hay temas que parecen flotar como sombras densas: se saben, se intuyen, pero casi nunca se dicen con claridad. El poderío nuclear de Israel es uno de ellos. Aunque nunca ha confirmado ni desmentido poseer armas atómicas, el consenso entre analistas y organismos especializados es prácticamente unánime: Israel tiene la bomba.

Y no una sola. Distintas estimaciones, desde los informes de inteligencia de EE. UU. hasta estudios del Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), sugieren que Tel Aviv podría contar con entre 80 y 200 ojivas nucleares. Sin embargo, a diferencia de Irán, que vive bajo amenazas constantes de sanción por su programa nuclear civil, Israel no es parte del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), no está sujeto a inspecciones y jamás ha rendido cuentas por su arsenal.

La lógica de la ambigüedad: disuasión sin verificación

La doctrina israelí se basa en un principio conocido como “ambigüedad estratégica”. Es decir, nunca confirmar ni negar el desarrollo de armas nucleares, pero dejar entrever su existencia. Esta ambigüedad le ha servido para dos objetivos clave: disuadir sin provocar.

Luis Alberto Villamarín, coronel retirado y analista de seguridad internacional, lo explica así: “Israel ha construido una narrativa donde su existencia misma está amenazada. Esa condición de víctima regional le permite sostener una política de excepción, incluso en temas tan delicados como la energía nuclear.”

El problema —advierte— es que esta ambigüedad puede volverse una amenaza para el equilibrio regional. Mientras Israel no rinda cuentas, los países de su entorno —Irán, Arabia Saudita, Turquía— podrían sentirse tentados a imitar el patrón, dando paso a una carrera armamentista más difusa, menos controlada y más peligrosa.

Una paradoja diplomática: aliados que no preguntan

La comunidad internacional mantiene con Israel una relación de silencio funcional. Estados Unidos, su principal aliado, nunca ha presionado públicamente para que Israel se adhiera al TNP. La Unión Europea, por su parte, ha criticado duramente a Irán por sus avances nucleares, pero ha omitido cualquier cuestionamiento a Tel Aviv.

Para Villamarín, esto refleja un doble estándar: “El sistema internacional ha legitimado una arquitectura nuclear asimétrica. Algunos países pueden tener armas nucleares sin inspección alguna; otros, ni siquiera pueden enriquecer uranio con fines pacíficos sin ser sancionados.”

La consecuencia es una creciente erosión de credibilidad en los organismos multilaterales, desde la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) hasta el propio Consejo de Seguridad de la ONU. En palabras del analista, “la proliferación no solo es técnica: también es política”.

La lógica del poder antes que la de la legalidad

La historia del programa nuclear israelí es larga y opaca. Se remonta a la década de 1950, con apoyo inicial de Francia, y se consolidó en la planta de Dimona, en el desierto del Néguev. Desde entonces, ha sido uno de los secretos peor guardados del mundo, reforzado por una diplomacia que opera bajo el principio de “no hablar, no explicar, no firmar”.

Mordechai Vanunu, el técnico israelí que filtró fotos del reactor de Dimona al Sunday Times en 1986, fue condenado a 18 años de prisión. Desde entonces, nadie más ha vuelto a tocar públicamente el tema desde adentro. Sin embargo, los satélites, los informes desclasificados y la evolución de la doctrina de defensa israelí refuerzan lo que todos suponen: el arsenal existe, está activo y es parte integral de la seguridad nacional israelí.

El impacto regional: ¿paz armada o disuasión precaria?

El Medio Oriente es un rompecabezas de equilibrios inestables. Israel ha sostenido que su ambigüedad nuclear es clave para mantener la disuasión ante amenazas múltiples: Irán, Hezbollah, Hamas. Pero esa misma lógica alimenta la sospecha regional y puede, a largo plazo, debilitar las iniciativas de desnuclearización colectiva.

Villamarín es tajante: “No se puede pedir transparencia a unos y permitir opacidad a otros. La seguridad global no puede construirse con excepciones arbitrarias.” En ese sentido, el analista aboga por una revisión del régimen de no proliferación, que incluya a todos los actores con capacidades atómicas, estén o no en el TNP.

¿Y ahora qué?

El caso israelí no es único —India, Pakistán y Corea del Norte también están fuera del TNP—, pero sí es el más protegido diplomáticamente. Y por eso, el más simbólicamente problemático. En tiempos de tensiones crecientes entre potencias, la opacidad nuclear ya no puede ser tolerada como norma de excepción.

Hoy, más que nunca, urge una conversación global sobre los límites, las reglas y las responsabilidades del poder nuclear. No basta con señalar a Irán. También hay que mirar a quienes, en nombre de la seguridad, han hecho del secreto una política de Estado.

Epílogo: mirar el átomo sin hipocresía

El mundo necesita más que tratados firmados: necesita coherencia. Si la proliferación es el enemigo, la transparencia debe ser el principio. Porque mientras el caso israelí siga sin ser debatido, el mensaje será claro para otros países: que el poder se mide por lo que se calla, no por lo que se cumple.