Entre pactos, amenazas y un pasado que no se resigna al olvido, el país se enfrenta a un nuevo punto de quiebre político con el retorno de nombres que marcaron su historia reciente
El retorno del correísmo agita la memoria política
El 14 de abril de 2025 no será una fecha más en la historia democrática del Ecuador. Aquel día, el país sudamericano despertó con una noticia que dejó a medio continente pendiente: el regreso de la vieja guardia correísta al centro del poder, sellado por un pacto electoral entre el presidente Daniel Noboa y el exmandatario Rafael Correa.
La escena no carece de dramatismo ni de símbolos. Lo que para algunos es una jugada pragmática para evitar el retorno del caos, para otros representa la claudicación de una promesa de renovación. Lo cierto es que el anuncio de Jan Topić como figura aliada al correísmo —a pesar de su historial de oposición— puso en evidencia que en la política ecuatoriana ya no existen líneas claras, sino un mosaico de intereses superpuestos.

El fantasma de Villavicencio sigue presente
El asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio en 2023 marcó un antes y un después en el ánimo político del país. Su figura se ha transformado en un símbolo transversal: invocado tanto por la derecha que exige justicia, como por una ciudadanía hastiada de impunidad.
Sus denuncias, muchas de ellas dirigidas contra figuras del correísmo, son hoy objeto de disputa narrativa. Mientras su legado incomoda a ciertos sectores, otros lo utilizan como bandera de transparencia. El informe del caso Villavicencio sigue sin cerrar todas las heridas, y su nombre resuena como un eco incómodo en cada mitin, en cada entrevista, en cada tuit de campaña.
Fernando Balda y la estrategia del ruido
En paralelo, el excandidato Fernando Balda reapareció en la escena con una estrategia basada en la denuncia mediática. Acusó de fraude, apuntó contra el Consejo Nacional Electoral (CNE), e incluso desafió públicamente a Noboa, a quien acusa de “vender el país al chavismo tropical”. Sus intervenciones, a menudo teatrales, han calado en una parte del electorado desencantado, aunque sus propuestas concretas siguen siendo difusas.
Lo que sí logró Balda es lo que parecía improbable: reposicionar a un outsider como actor incómodo en un tablero político saturado de figuras tradicionales.

Una elección marcada por la desconfianza
El ambiente preelectoral no solo está cargado de tensiones políticas. La ciudadanía, golpeada por la inseguridad, la inflación y el desempleo, observa con creciente escepticismo un proceso donde las promesas abundan pero las soluciones escasean.
Las encuestas reflejan ese hartazgo: el número de indecisos supera el 40 %, y la credibilidad en las instituciones electorales está en uno de sus puntos más bajos. Ni el anuncio de nuevas auditorías al sistema de votación ni la presencia de observadores internacionales han logrado disipar del todo las dudas.
Un pacto con fecha de vencimiento
El acercamiento entre Noboa y Correa, aunque eficaz en términos de gobernabilidad inmediata, podría tener un alto costo político en el mediano plazo. La base que llevó a Noboa al poder —jóvenes, clase media urbana, sectores liberales— ya muestra signos de fractura.
Ecuador se encamina hacia una de las elecciones más determinantes de su historia reciente. Entre el regreso de figuras polarizantes, el legado de un candidato asesinado y una ciudadanía cada vez más crítica, el país se juega más que una presidencia: se juega su relato futuro.
Habrá que ver si el electorado ecuatoriano está dispuesto a reconciliarse con su pasado o si elegirá escribir una nueva página desde el disenso. Por ahora, lo único claro es que el tablero se ha movido… y las piezas aún no terminan de caer.