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El giro proteccionista de Estados Unidos sacude a México y acelera la ruptura económica con China

Entre aranceles, incertidumbre y nacionalismos, Estados Unidos dinamita el orden económico global y empuja a México a repensar su futuro industrial

El fin de la globalización como la conocíamos

La globalización no está muerta, pero ha dejado de crecer. Después de décadas de auge, con cadenas de suministro entrelazadas y un mercado mundial cada vez más integrado, las cifras han comenzado a estancarse. El comercio global, que en 2008 representaba más del 60% del PIB mundial, apenas alcanzaba el 59% en 2023. Los datos cuentan una historia clara: el mundo ha dejado de aplanarse.

Y el golpe más reciente ha llegado desde Washington.

Con el regreso de Donald Trump al centro del tablero político, Estados Unidos ha anunciado una batería de nuevos aranceles que podrían elevar la tasa efectiva hasta el 22% —el nivel más alto desde 1909. Más allá de su efecto inmediato en los precios y las cadenas logísticas, esta medida marca un quiebre simbólico: la era dorada del libre comercio ha terminado. En su lugar, emerge un nuevo paradigma económico basado en la autosuficiencia, la reindustrialización y la rivalidad geopolítica.

México en el centro del remezón económico

Pocas economías sienten tanto este temblor como México, cuya relación comercial con EE.UU. es tan estrecha como vulnerable. Con exportaciones que dependen en un 80% del mercado estadounidense, cualquier arancel impuesto desde el norte impacta de inmediato en la producción, el empleo y las expectativas de crecimiento.

El panorama es complejo. La economía mexicana enfrenta un escenario donde la inversión extranjera directa comienza a enfriarse, el consumo interno pierde impulso y los vínculos políticos con el narcotráfico generan una incertidumbre estructural que espanta capitales. A esto se suma una inflación persistente, que limita la capacidad de maniobra del gobierno y agudiza el malestar social.

Los expertos advierten que la combinación de estas tensiones internas y los nuevos obstáculos al comercio exterior pueden llevar a México a un estancamiento prolongado, especialmente si el nearshoring prometido no logra materializarse a escala suficiente.

China, el gran adversario que acelera la desglobalización

En el corazón de esta transformación global late una confrontación silenciosa pero profunda: la rivalidad entre Estados Unidos y China. Lo que alguna vez fue una relación de mutua conveniencia comercial se ha tornado en un duelo estratégico.

Los datos son reveladores. En 2017, los estadounidenses se dividían entre ver a China como aliado o adversario. Hoy, el 76% la considera un enemigo. Esta percepción ha sido alimentada por disputas tecnológicas, acusaciones de espionaje digital y la creciente influencia global del Partido Comunista Chino.

Pero también por el éxito de sus empresas. Marcas chinas como Mixue, BYD o Shein no solo han conquistado su mercado interno: ahora desafían directamente a los gigantes occidentales en calidad, escala y velocidad de innovación. Mientras tanto, compañías estadounidenses comienzan a retroceder en el mercado chino, incapaces de competir con una generación de empresas locales más ágiles y adaptadas.

Este fenómeno acelera la fragmentación económica. Para Estados Unidos, el proteccionismo ya no es solo una herramienta comercial, sino una estrategia de defensa nacional. Evitar la dependencia de rivales estratégicos y reconstruir la capacidad industrial interna se ha convertido en el nuevo mantra político.

Reconfiguración industrial y soberanía económica

Desde la doctrina «America First«, el fin de la globalización clásica no es una amenaza: es una oportunidad. Una excusa histórica para recuperar el músculo industrial perdido, atraer inversiones nacionales y reducir la exposición a riesgos externos.

Este giro se traduce en políticas de reshoring y nearshoring, que buscan relocalizar fábricas dentro del territorio estadounidense o en países aliados más confiables. Se promueve una reconstrucción del tejido productivo basada en empleos sostenibles, innovación local e infraestructura moderna.

La promesa es clara: volver a fabricar en casa para no depender nunca más de adversarios estratégicos. Y aunque el camino no será inmediato, el cambio ya está en marcha.

Una nueva era más fragmentada y más incierta

El orden global que surgió tras la Segunda Guerra Mundial, y que se consolidó con la caída del Muro de Berlín, se descompone frente a nuestros ojos. Ya no hay un consenso sobre los beneficios de abrir fronteras. En su lugar, emergen bloques regionales, nacionalismos económicos y tensiones tecnológicas que redibujan las reglas del juego.

Para México, el desafío será navegar este nuevo escenario con inteligencia estratégica: diversificar sus mercados, fortalecer su capacidad productiva y reducir su vulnerabilidad ante los vaivenes políticos de su mayor socio comercial.

El mundo no se está aislando, pero sí dejando atrás la ilusión de una interdependencia sin fricciones. En su lugar, se perfila un escenario más duro, competitivo y fragmentado. Uno donde la resiliencia —y no la apertura— se ha convertido en la nueva medida del éxito económico.