En el Perú, la dieta tradicional de muchos ha comenzado a alejarse de los alimentos naturales y equilibrados, un cambio que, sumado a estilos de vida menos activos, ha generado una crisis de salud pública que se manifiesta en un aumento de enfermedades crónicas no transmisibles. La diabetes, la hipertensión y la obesidad afectan a una proporción considerable de la población peruana, y los expertos coinciden en que el origen de estas enfermedades está profundamente vinculado con los hábitos alimentarios.
Según el Ministerio de Salud del Perú, enfermedades como la diabetes tipo 2, la hipertensión y las afecciones cardiovasculares se encuentran entre las principales causas de morbilidad en el país. Uno de los factores determinantes detrás de este aumento es el cambio en los patrones alimenticios de los peruanos. La globalización ha traído consigo una gran variedad de alimentos procesados y ultraprocesados que, aunque asequibles y accesibles, suelen contener niveles elevados de azúcares añadidos, grasas saturadas y sodio, componentes que a largo plazo incrementan el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas.
Específicamente, se estima que alrededor del 50% de los peruanos consume bebidas azucaradas al menos una vez al día, y el consumo de comida rápida se ha vuelto común, especialmente entre los jóvenes y adultos en áreas urbanas. Esta preferencia por los alimentos ricos en calorías y pobres en nutrientes desplaza el consumo de alimentos frescos, naturales y tradicionales, como los granos andinos, las frutas y verduras frescas.
La dieta tradicional peruana es, en su esencia, variada y rica en nutrientes. Ingredientes como la quinua, la kiwicha, el maíz y la papa, junto con una amplia variedad de vegetales y frutas, son alimentos que han sido consumidos por generaciones en el país, proporcionando vitaminas, minerales y fibra esenciales para la salud. Sin embargo, en las últimas décadas, estos alimentos han sido reemplazados por opciones menos saludables debido a la falta de tiempo, la influencia de la publicidad y la percepción de que los alimentos procesados son más convenientes y económicos.
Uno de los factores que contribuye a este cambio es el poder de la publicidad y el marketing de alimentos poco saludables. Las bebidas gaseosas y las golosinas, por ejemplo, son ampliamente promovidas en los medios de comunicación, especialmente en aquellos dirigidos a los jóvenes. Estas campañas influyen en las decisiones de compra, y los efectos se ven reflejados en los patrones alimenticios y, posteriormente, en la salud de la población.
El consumo excesivo de alimentos procesados y ultraprocesados tiene consecuencias inmediatas y a largo plazo. Por un lado, este tipo de alimentación incrementa el riesgo de obesidad, un factor que está directamente relacionado con enfermedades como la diabetes tipo 2 y la hipertensión. Además, el exceso de sodio en las comidas rápidas y procesadas favorece el desarrollo de problemas cardiovasculares, mientras que el consumo elevado de azúcares añadidos genera una dependencia que lleva a muchas personas a seguir buscando este tipo de productos en su dieta diaria.
Además de las consecuencias físicas, la mala alimentación también afecta la calidad de vida en otros aspectos. Las personas que padecen estas enfermedades crónicas a menudo experimentan una reducción en su capacidad para trabajar, disfrutar de actividades diarias y mantener relaciones personales satisfactorias. La carga financiera de las enfermedades crónicas también es significativa, tanto para las familias como para el sistema de salud pública, que debe hacer frente a los elevados costos de tratamiento y atención a largo plazo.
Para revertir esta situación, es fundamental que se promueva una educación alimentaria efectiva y accesible. Es crucial que las personas comprendan la importancia de una dieta balanceada y rica en alimentos naturales, y que aprendan a identificar los riesgos asociados con el consumo excesivo de productos procesados. El gobierno peruano ha dado algunos pasos en esta dirección, como la implementación de la Ley de Alimentación Saludable, que exige el etiquetado de alimentos con advertencias sobre su contenido de azúcares, grasas saturadas y sodio. Sin embargo, estos esfuerzos deben ser complementados con programas de educación nutricional en colegios, centros de trabajo y comunidades.
Es necesario retomar la esencia de la dieta peruana tradicional, adaptándola a los tiempos modernos sin perder su valor nutricional. Esto implica priorizar el consumo de frutas, verduras, granos andinos y proteínas de origen saludable. En última instancia, un cambio en los hábitos alimentarios no solo beneficiará a cada individuo, sino que también contribuirá a reducir la carga sobre el sistema de salud pública y mejorar la calidad de vida de la población peruana en general.
La adopción de un enfoque colectivo hacia una nutrición saludable puede hacer una diferencia significativa en la lucha contra las enfermedades crónicas en el país.
Redacción: José Rubio